domingo, 26 de junio de 2011

La voluntad y el amor de Dios

Los cristianos solemos hablar de la voluntad de Dios, como de una losa que se nos impone para poder alcanzar el paraíso. Y esto no es en absoluto así por dos motivos:
En primer lugar, la voluntad de Dios no es una especie de prueba caprichos que se nos impone, sino el mejor camino para nuestra felicidad, que se nos sugiere. Tenemos que tener la seguridad de que el plan de Dios para nuestra vida es el mejor de los posibles y el que nos hará más felices, antes y después de la muerte: ahora, el ciento por uno; y después, la vida eterna.
Por otra parte, es Dios el que va adaptando su voluntad a la libre y cambiante decisión del hombre. Es Dios el que, a cada NO que le decimos, hace brotar una nueva vía de su amor, y se inventa un nuevo plan para nosotros. La historia de la salvación está llena de estas rectificaciones: rectifica su plan original ante el pecado de Adán,  el de Caín, la inmoralidad en tiempos de Noé, la afrenta de Babel, la exigencia de un rey por parte de Israel. Y, mientras tanto, prepara a Abraham, nos saca de Egipto, nos envía profetas y, por último, manda a su Hijo para que lo crucifiquemos en redención de nuestros pecados.
¡Y todavía hay quien se niega a cumplir la voluntad de Dios, porque la considera arbitraria y tiránica!

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