martes, 28 de junio de 2011

La última cena

Nos recuerda Benedicto XVI en la segunda parte de su libro "Jesús de Nazaret" la importancia de la Última Cena de Jesús con sus apóstoles. E insitse en que la importancia no se debe a que se trate del último convite de Jesús con sus discípulos, sino por lo que en ella aconteció: se instituyó el sacramento de la Eucaristía, el sacramente de la presencia real de Jesús con nosotros para siempre.
Por lo tanto, nos insiste el Papa, la conmemoración que diariamente se hace de esa última cena, no debe convertirse en un convite entre los seguidores de Cristo, sino en la conmemoración de lo que Él instituyó: la entrega de su cuerpo y de su sangre.
La Misa no es tanto una "asamblea de fieles" o un "convite fraterno", como la reunión para hacer presente a Cristo (que nos amó hasta el extremo) y recibirle bajo las especies de pan y vino. Esto es lo que debe inspirar toda la liturgia eucarística: la presencia de Cristo entre nosotros; y a Él se le deberá dar toda la prioridad. Si olvidamos esto, estaremos convirtiendo la maravilla de amor de la Eucaristía, en una convención de colegas.  
Y así lo entendieron los apóstoles y los cristianos durante siglos, ya que hasta la reforma del siglo XVI no se utiliza ningún término que signifique convite para referirse a la celebración de la Eucaristía.

domingo, 26 de junio de 2011

La voluntad y el amor de Dios

Los cristianos solemos hablar de la voluntad de Dios, como de una losa que se nos impone para poder alcanzar el paraíso. Y esto no es en absoluto así por dos motivos:
En primer lugar, la voluntad de Dios no es una especie de prueba caprichos que se nos impone, sino el mejor camino para nuestra felicidad, que se nos sugiere. Tenemos que tener la seguridad de que el plan de Dios para nuestra vida es el mejor de los posibles y el que nos hará más felices, antes y después de la muerte: ahora, el ciento por uno; y después, la vida eterna.
Por otra parte, es Dios el que va adaptando su voluntad a la libre y cambiante decisión del hombre. Es Dios el que, a cada NO que le decimos, hace brotar una nueva vía de su amor, y se inventa un nuevo plan para nosotros. La historia de la salvación está llena de estas rectificaciones: rectifica su plan original ante el pecado de Adán,  el de Caín, la inmoralidad en tiempos de Noé, la afrenta de Babel, la exigencia de un rey por parte de Israel. Y, mientras tanto, prepara a Abraham, nos saca de Egipto, nos envía profetas y, por último, manda a su Hijo para que lo crucifiquemos en redención de nuestros pecados.
¡Y todavía hay quien se niega a cumplir la voluntad de Dios, porque la considera arbitraria y tiránica!

sábado, 25 de junio de 2011

La vida eterna

Sigo ahora con los comentarios al segundo libro de Bernedicto XVI sobre "Jesús de Nazaret".

Habitualmente, cuando los cristianos hablamos de "vida eterna", estamos pensando en la vida que hay después de la muerte; y esto es un grave error. Benedicto XVI nos recuerda que vida eterna no significa la vida que nos espera después de muertos, como una contraposición de la vida actual. La vida eterna es toda la vida del hombre, la única vida desde que nace y su alma es creada, hasta toda la eternidad durante la que perdurará esa alma. Así nos lo aseguró el Señor: "el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre" (Jn 11,25); es decir, para él la muerte será sólo un tránsito para continuar con la vida…
Al hablar de vida eterna, estamos estableciendo una diferencia no entre dos etapas de la vida, sino entre dos formas de vivirla. Porque, en efecto, hay una diferencia entre el mero existir de los seres vivos y el vivir de quien transciende la mera vida material y llega a la plenitud de la vida espiritual. Y ¿cómo se transciende este mundo? Pues Benedicto XVI nos indica que la respuesta nos la da el mismo Cristo en su oración sacerdotal: "ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien Tú has enviado" (Jn 17,3). Por tanto, la vida eterna, la trascendencia, se nos da por el simple conocimiento de Dios y de Cristo que nos ha sido revelado. En el fondo, es así de simple: el hombre se hace inmortal uniéndose al que es Inmortal; y para esta unión basta con conocerle.
E incluso ese simple conocimiento se nos ha puesto bastante fácil, ya que, en Cristo, Dios sale continuamente al encuentro de los hombres, para que ellos puedan ir hacia Él. Dar a conocer a Cristo significa dar a conocer a Dios: "si me has conocido a mí, has conocido al Padre".