sábado, 1 de septiembre de 2012

La soberbia humana.


Lo que en el fondo subyace en el puritanismo moralista es una gran dosis de soberbia: el hombre considera que se gana el cielo con su esfuerzo, siendo intachable.

Es este un gran error: Dios no nos ama porque seamos buenos, sino que -por el contrario-, es porque nos ama, por lo que nos ayuda a ser buenos. Pero no debemos olvidar que, en cualquier caso, el mérito es de Él, nosotros sólo ponemos la voluntad de intentarlo. Si no fuese así, entonces Dios no amaría a los “malos” y no tendría interés en recuperarlos. Y como todos somos “malos”, ni habría habido redención ni ninguno podríamos compartir su gloria.

Pero la realidad, gracias a Dios –nunca mejor dicho- es muy distinta: Cristo nos hace parte de su Cuerpo Místico, nos inserta en su vida y nos infunde su gracia; y así sí es posible volver la vista a Dios cada vez que nos despistamos.

Y ahora se entiende el dogma Cristiano: fuera de Cristo no hay salvación posible. Todo el que se salva es por estar inserto en Su vida, por recibir Su gracia. ¿Y esto sólo ocurre con quienes comparte la fe cristiana? Pues tenemos que pensar que no, que Cristo nos dejó el mensaje evangélico como mejor camino, verdad y vida (…) para estar junto a Él; pero que ha dejado una especie de puerta trasera por la que –con mucho más esfuerzo- también puedan entrar aquéllos hombres de buena voluntad a los que no ha llegado su mensaje.

Fuera de la Iglesia –el Cuerpo Místico de Cristo- no hay salvación posible: porque todo el que se salva lo hace en Cristo, de una forma u otra.

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