Lo que en el fondo subyace en el
puritanismo moralista es una gran dosis de soberbia: el hombre considera que se
gana el cielo con su esfuerzo, siendo intachable.
Es este un gran error: Dios no nos ama
porque seamos buenos, sino que -por el contrario-, es porque nos ama, por lo
que nos ayuda a ser buenos. Pero no debemos olvidar que, en cualquier caso, el
mérito es de Él, nosotros sólo ponemos la voluntad de intentarlo. Si no fuese
así, entonces Dios no amaría a los “malos” y no tendría interés en
recuperarlos. Y como todos somos “malos”, ni habría habido redención ni ninguno
podríamos compartir su gloria.
Pero la realidad, gracias a Dios –nunca
mejor dicho- es muy distinta: Cristo nos hace parte de su Cuerpo Místico, nos
inserta en su vida y nos infunde su gracia; y así sí es posible volver la vista
a Dios cada vez que nos despistamos.
Y ahora se entiende el dogma Cristiano:
fuera de Cristo no hay salvación posible. Todo el que se salva es por estar
inserto en Su vida, por recibir Su gracia. ¿Y esto sólo ocurre con quienes
comparte la fe cristiana? Pues tenemos que pensar que no, que Cristo nos dejó
el mensaje evangélico como mejor camino,
verdad y vida (…) para estar junto a Él;
pero que ha dejado una especie de puerta trasera por la que –con mucho más
esfuerzo- también puedan entrar aquéllos hombres de buena voluntad a los que no
ha llegado su mensaje.
Fuera de la Iglesia –el Cuerpo Místico de
Cristo- no hay salvación posible: porque todo el que se salva lo hace en
Cristo, de una forma u otra.
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