miércoles, 19 de septiembre de 2012

Hablando de amor al prójimo

A los cristianos no sólo se nos recomienda amar a nuestros cónyuges hasta que la muerte nos separe, sino que se nos exige que amemos incluso a nuestros enemigos.
¿Es esto posible?
Veamos: si por amor entendemos ese sentimiento que tan de moda está, amar a quienes nos hacen daño no será posible en absoluto; pero si interpretamos adecuadamente la expresión [amar es buscar el bien del otro, desear su bien] entonces sí es posible amar a los enemigos; aunque, por supuesto, primero tendremos que luchar contra el sentimiento de odiarles [desearles el mal], que es el que se nos presentará espontáneamente.
Lo curioso es que el odio, que tan gratificante aparece, en realidad produce amargura y esto nos lleva a odiar más, porque les consideramos culpables de nuestra amargura; y entonces nos amargamos más, y así sucesivamente…
Con el amor ocurre exactamente lo contrario: desear el bien del otro nos produce tal sensación positiva que tendemos a profundizarla y, poco a poco, vamos apreciando a la persona que tanto nos desagradaba. A veces me pregunto si lo de amar al enemigo es un mandato evangélico o una terapia prescrita por quien mejor conoce la naturaleza humana…
Pero, volviendo al tema, amar no significa que encontremos perfecto al prójimo, ni que nos parezca bien lo que hace; y mucho menos que le tengamos cariño o nos parezca atractivo… Y no debemos sentirnos culpables de no tener estos sentimientos, ya que los sentimientos no los podemos controlar. Amar es simplemente desear su bien, a pesar de nuestros sentimientos o de la falta de ellos.
Y el amor más perfecto es el de Dios, que no nos ama por ninguna cualidad nuestra, ni por nuestros actos; sino que nos ama simplemente porque existimos: de hecho, nos ha creado por amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario