jueves, 30 de agosto de 2012

El cristianismo no es un libro ni una moral.


Nuestra fe no es un libro, cuyas enseñanzas hay que seguir como un reglamento de vida; ni es una moral estricta, que debemos obedecer para no vernos excluidos de nuestra iglesia. Nuestra fe es una persona a la que debemos amar e imitar, en lo posible. Si cumpliésemos perfectamente la moral cristiana, pero lo hiciésemos por una especie de prurito humanista, sin referirlo al amor de Cristo, entonces seríamos naturalezas humanas cuasi-perfectas, pero no seríamos cristianos. Y digo cuasi-perfectas, porque la dimensión más importante del hombre, su relación con su Dios creador, no se vería realizada.

Dios no espera de nosotros tanto la perfección de nuestra naturaleza –si así fuese, nos habría creado infalibles-, cuanto que busquemos esa perfección por amor a él; y que sea este amor el que después le tengamos eternamente, compartiendo su gloria y su felicidad.

Cuánta gente se ha quedado estancada en la Ley mosaica en vez de evolucionar hasta el Cristianismo; y lo peor no es que ellos se pierdan la mejor parte de su fe, sino que la enseñan así a los demás…

¡Claro!, que obras son amores y no buenas razones…: por amor a Él lo intentamos una y otra vez, levantándonos cada vez que caemos.

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