Decía hace unas entradas que el hombre
actual se jacta de no arrepentirse de nada; y esto es lo que más le separa del
Cristianismo y de Dios: su autosuficiencia. Porque si Cristo vino a la tierra
para alguien fue para los pecadores. Esta idea, que a muchos les pudiese
resultar escandalosa, ya que el Cristianismo busca la perfección humana –como lo
hace la Ley natural-, no es mía, sino de su Fundador. Sí, el Cristianismo es
una religión para pecadores; y de hecho está fundada por aquél que vino a
librarnos del pecado: «no he venido a llamar
a los justos, sino a los pecadores» (Lc 5, 27-32…). Los
fariseos, aquellos que consideraban que no tenían que ser salvados, esos no
entendieron ni jota del mensaje evangélico.
Qué absurda es la postura de los
cristianos que rechazan evangelizar a los pecadores, precisamente por su
condición de pecadores. Con un criterio así, Cristo no se hubiese molestado en
encarnarse. No, el mensaje evangélico está destinado a todos, incluso a
aquellos que creen que no les concierne, los que no tienen nada de qué
arrepentirse, porque estos son los que más lo necesitan. Y habrá que llegar a
ellos no con moralismos, en los que no creen, sino con la caridad que todo lo
puede.
Una vez abierto el corazón de un hombre, es
muy fácil que abra su mente.
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