Pero una religión así plantea un dilema y
una paradoja. Si Dios creó la Ley Natural para regular el correcto
comportamiento del hombre, será porque quiere que dicha norma se cumpla; pero
como el hombre no puede cumplirla
siempre, seguramente se verá rechazado por ese Dios. Y si no es así, entonces
es que Dios ha decidido rechazar su Ley. Este es el dilema: ¿quiere Dios el
bien; o quiere Dios al hombre?
La paradoja es que Cristo vino a la
tierra para salvar al hombre pecador, pero predicó un mensaje de perfección;
exigía la plena bondad, pero se rodeó de pecadores.
Quizá haya una explicación mucho más
sencilla de lo que parece. Dios crea la Ley Natural para el bien del hombre,
que es lo que siempre busca. Con su Ley, le indica el camino correcto al
hombre, pero Dios nunca antepone los medios al fin; y si el hombre no sigue ese
camino, Dios no le vuelve la espalda. Muy al contrario, se interesa más que
nada por la «oveja perdida» (Mt 18, 12-14), y «hay
más alegría en el cielo por un pecador arrepentido que por cien justos» (Lc 15, 7). Si Dios creó al hombre por amor, ¿no va a
buscar hasta la menor oportunidad de obtener ese amor?
Siendo Dios amor, no podía ser de otro
modo: la Ley está al servicio del hombre, no el hombre al servicio de la Ley (ver Mc 2, 23-28)…).
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