Dios es el bien y su ausencia es el mal;
pero todos hemos sentido la acción de “algo”
malo, que nos incita –incluso cuando queremos hacer el bien- a hacer el mal.
En época de san Agustín, este dualismo
bien-mal se llamó maniqueísmo y se llevó al extremo de considerar que existían
dos poderes en igualdad de condiciones y constante lucha: el bueno y el malo.
Pero esta falacia se desmonta fácilmente,
como nos dice C S Lewis: si existen esos dos principios en igualdad de
condiciones, entonces ¿por qué llamamos a uno bueno y a otro malo? ¿No deberían
ser los dos buenos, aunque con diferentes objetivos? ¿Con qué los comparamos
para decir que el mal es negativo y el bien positivo? Pues está muy claro: todo
lo que ayuda a la Creación a mejorar y al hombre a realizarse -la Ley Natural-
es lo que consideramos bueno; y a lo contrario lo consideramos malo.
Entonces, el Poder Bueno es el Creador y
superior al poder malo, que se limita a tratar de deshacer esa creación: no
están en igualdad de condiciones. Pero, ¿quién ha creado a ese poder malo, que
tanto nos instiga? Pues sólo ha podido ser creado por el Creador de todas las
cosas: Dios, el poder bueno.
Es decir, ¿Dios creó algo malo?
No, no y no. Por dos razones: la Bondad
absoluta no puede crear nada malo; además, el mal no existe como tal, es
simplemente la ausencia de Dios. Dios creó seres buenos, pero libres; y algunos
voluntariamente se separaron de Él –¡non serviam!, ¡no serviré!- y esto les “volvió” malos. Como Dios es amor, su
ausencia sólo puede se odio; y este odio lleva a revelarse contra el Creador y
a tentar a los demás a hacer lo mismo.
Es curioso, pero así explicado, el “cuento” cristiano sobre el demonio no
parece un cuento, sino algo que todos experimentamos a diario; al menos yo…
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