Entonces, ¿por qué Dios consiente la
ausencia de bien, es decir lo que llamamos el mal?
Seguiremos dando vueltas a lo mismo, ya
que para muchas personas esto es muy importante; y tratemos de recapitular.
Lo primero es repetir que el mal no existe,
ni siquiera como intención: nadie busca el mal en sí mismo, sino que “los malos” –o nosotros, cuando hacemos
el mal- buscan su propio bien –placer, poder o poseer; todas cosas buenas en su
justa medida-, lo que ocurre es que lo buscan de una manera equivocada, que
puede perjudicar a los demás y dejarles sin el bien que les es propio.
Lo segundo es que no debemos exigirle a Dios
razones o explicaciones que coincidan con las nuestras, sino todo lo contrario.
Somos nosotros los que debemos adecuar nuestros razonamientos a la realidad que
comprobamos. Por tanto, si Dios ha consentido este estado de cosas, será porque
es el mejor de los mundos posibles, aunque ante algunas barbaridades –recuérdense
los crímenes masivos del comunismo o del nazismo- nos cueste aceptarlo. Y mucho
menos llegar a esa conclusión absurda de que porque en ocasiones se aprecia la
ausencia del Bien, entonces es que éste no existe nunca. Si apreciamos la
ausencia del Bien es precisamente porque comprobamos su existencia en otros
muchos casos.
Y en tercer lugar, sí podemos tratar de
entender las razones que llevaron a Dios a crear un mundo así. Y la explicación
más plausible que se me ocurre es que Dios nos quiso crear libres; es decir,
con la potencialidad de hacer el bien o de no hacerlo. Y, ¿por qué nos quiso
crear con la posibilidad de no hacer el bien? Pues porque es la única forma de
que cuando hagamos el bien eso tenga algún mérito, pueda satisfacer a Dios. Como
nos explica C S Lewis, si Dios hubiese creado un mundo de marionetas que sólo
hiciesen lo que Él provocase moviendo los hilos, ¿qué satisfacción le podría
producir el movimiento de éstas?
Dios es amor, y sólo el amor le puede producir
esa satisfacción; y el amor es la más clara manifestación de la libertad.
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