Este error se plasma de dos formas: la
obsesión o el fanatismo (hoy suele llamarse fundamentalismo)
que considera algunos actos -en sí mismo buenos- como prioritarios cualesquiera
que sean las circunstancias; sin caer en la cuenta de que en determinados casos
esa conducta puede ser gravemente errónea. Un ejemplo es el de aquél que
antepone la norma a la caridad cristiana, la forma al fondo…
En el otro extremo están los que
consideran que algunos actos son malos y deberían evitarse, aunque sean funciones
que el mismo Dios ha creado. Y ahora caemos en el puritanismo, habitualmente el
puritanismo sexual. Y es que no hay nada creado por Dios que sea
intrínsecamente mal; todo lo creado es bueno, aunque deba evitarse en algunas
circunstancias. El placer sexual que es bueno y necesario para los esposos,
debe evitarse entre los solteros.
Y estos errores se dan por llevar al
límite el hecho de que algunos sentimientos se deben generalmente fomentar; y
otros habitualmente se deberán reprimir, salvo que se den las circunstancias
adecuadas. Pero esto no los convierte a unos en siempre buenos ni a otros en
siempre malos.
Esta es una de las maravillas del
Cristianismo, que tan frecuentemente conjuga los extremos: reprueba el pecado;
pero acepta siempre al pecador.
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