viernes, 18 de marzo de 2011

Dios y la libertad

Dios es lo que hace grande al hombre, le otorga la dignidad que posee y le revela el secreto de la naturaleza humana, que Dios conoce perfectamente por haberla creado. Pero es precisamente esta condición de criatura de Dios, el tener una naturaleza creada, lo que limita su campo de acción a aquello que le es propio según su naturaleza. El origen de nuestra grandeza es precisamente la causa de nuestra limitación en el obrar, si queremos mantenerla. Pero esta limitación no hace sino manifestar la libertad que tenemos para mantenernos dentro de dichos límites o saltárnoslos olímpicamente.
Por el contrario, sin Dios, sin un origen personal que nos conforme según un plan creador, el hombre no es más que una cosa, fruto de la casualidad y que actúa en función de un cúmulo de reacciones electroquímicas. Si el hombre no tiene una naturaleza personalmente concebida, entonces puede actuar como quiera en cada momento, modificando su naturaleza a capricho y despreciando la de los demás seres que -como casuales- también carecen de dignidad. Pero si todo es fruto de la casualidad, entonces el propio actuar humano también lo es: el hombre sin límites naturales no es libre, ya que no actúa según una voluntad ni un plan, sino simplemente siguiendo los sentimientos que sus reacciones electroquímicas le imponen en cada momento.
Es decir: solo Dios nos da la libertad, aunque nos marque límites; sin Dios no hay límites, pero tampoco somos libres...
¿Es que seríamos personas sin Dios?

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