domingo, 26 de octubre de 2014

¿Arrodillarse ante Dios?

Le regateamos a Dios nuestra adoración, arrodillándonos cada vez menos; ni en la liturgia de la Misa, ni en el momento de la comunión. A algunos les parece que es demasiado humillante para el hombre, que su dignidad intrínseca le dispensa de tal signo de sumisión. 

Pues bien, si el mismo Cristo se arrodilló ante los hombres, justo antes de la primera Misa ( la institución de la Eucaristía y su posterior sacrificio en la cruz) y además les lavó los pies, ¿cómo podemos nosotros negarnos a hacer lo mismo con Él? 

Y Él lo hizo no por servilismo -aunque vino a servir-, sino que lo hizo por amor: ...habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo... (Juan, 13 1)

¡Que tentación diabólica la de regatearle al Señor nuestras muestras de amor y adoración?

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