lunes, 4 de abril de 2011

El culto y la moral no bastan

En el Antiguo Testamento la fe se mantenía a base de ritos; es decir, descansaba sobre el culto, los sacrificios y otra serie de costumbres que el pueblo debía seguir para mantener la alianza. Esta ritualización se llevó hasta el extremo; y en tiempos de Jesucristo, ya había suplantado totalmente a la verdadera moral, llegándose a la hipocresía de cumplir minuciosamente la norma sin practicar el amor a Dios ni al prójimo.
Jesús no ocultó su rechazo de esta hipocresía y se permitió denominar como “sepulcros blanqueados” y “raza de víboras” a estos cumplidores de palabra. Así las cosas, los cristianos se liberaron de la Ley y pusieron en énfasis en la moral: no basta con seguir una serie de normas aparentes, hay que adherirse de verdad a los mandamientos y cumplirlos personalmente. Por supuesto, esto significa un avance importante frente a la mera hipocresía anterior; pero también tiene sus riesgos.
De hecho, con el tiempo, este predominio de la moral también acabó corrompiéndose y pretendió reducir nuestra fe a una mera moral sexual. Desde el siglo XIX, esto se acentuó tanto que se llega a identificar como buen cristiano a todo aquél que es decente.
Esto no es así. El cristianismo no es una moral –aunque contenga una moral-: el cristianismo es el seguimiento de una persona, que concretó su mensaje con el mandamiento de “amar a Dios y al prójimo”. De nada vale ser el más decente del barrio, la más pudorosa de las mujeres, si no se ama de verdad a Cristo. Cierto que ´Él mismo dijo: “si me amáis guardaréis mis mandamientos”, y por tanto, hay que guardarlos; pero no dijo “si guardáis mis mandamientos me amaréis”, y por tanto, no basta con el mero cumplimiento.
En la segunda parte de su libro Jesús de Nazaret, Benedicto XVI lo deja bien claro: "En lugar de la pureza ritual no ha entrado simplemente la moral, sino el don del encuentro con Dios en Jesucristo".
Sin encuentro personal con Cristo, de nada sirven ni el culto ni la moral; porque todo eso sólo alcanza su pleno sentido en Cristo.

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