jueves, 28 de abril de 2011

Hechos extraordinarios

Hablábamos en la entrada anterior de que la huella de Dios puede también encontrarse en una serie de hechos extraordinarios; y es que Dios busca que le queramos más por la fe que por el conocimiento, por esto parece que está jugando al escondite con los hombres.
Pero también muchos hechos ordinarios -muy materiales y humanos- carecen de explicación; y no por eso los negamos científicamente. En realidad, si todo aquello que no llegamos a conocer en profundidad se rechazase del conocimiento científico, nuestra vida sería mucho más atrasada de lo que lo es. Y es que a los científicos les basta con la certeza de que algo existe para reconocerlo aunque no lo entiendan; pero no les basta la existencia del mundo como prueba irrefutable de la existencia de un Creador: ¡paradojas de la Ciencia!
Por ejemplo, nadie sabe lo que es la gravedad, por muy estudiada que esté su famosa Ley. Sabemos cómo se comportan los cuerpos en razón de la atracción que experimentan unos por otros; pero no tenemos ni la más remota idea de en qué consiste esa atracción: ¿son ondas?; ¿es la curvatura del espacio-tiempo?; ¿cómo puede influir instantáneamente a distancias de millones de años luz? Esto último, por cierto, es incompatible con la teoría de la relatividad, pues ésta afirma que nada puede viajar más rápido que la luz. Pues bien, la gravedad es instantánea, una molificación de masa en un rincón del universo afectaría a todo él (y, de hecho, los cuerpos siempre se están afectando  mutuamente) a pesar de las astronómicas distancias que separan a unos cuerpos de otros.
Pero, por supuesto, nadie negaría la gravedad por el pequeño detalle de no entenderla; sólo nos permitimos negar a Dios porque no le entendemos; ¡nosotros, sus criaturas!

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