viernes, 3 de enero de 2014

Evangelii Gaudium: actitudes a evitar

El Papa Francisco identifica dos actitudes a evitar en la evangelización, porque en vez de facilitar la cercanía a los demás y la transmisión del mensaje evangélico, alejan a los que las mantienen por el camino diametralmente opuesto:

Una es la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos. 
En definitiva, el cristiano no tiene que transmitir una mera filosofía de vida o una aséptica doctrina social: el cristiano debe transmitir su propio testimonio de amor a Dios y, por esto, de amor a los demás.

La otra es el neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar. 
Si nos presentamos ante los demás como seres perfectos, una especie de super-héroes-, además de ser bastante hipócritas, no podremos animar a nadie a seguir el camino evangélico, ya que los demás son muy conscientes de sus propias limitaciones. Quizá por esto, el propio Evangelio no oculta los errores, debilidades y traiciones de quienes después tendrían el encargo de transmitir la buena nueva a los demás. Con nuestro testimonio de vida, con más sombras que luces, pero con empeño y confianza en la ayuda del Señor, sí podremos ayudar a los demás.

En los dos casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente. Son manifestaciones de un inmanentismo antropocéntrico. No es posible imaginar que de estas formas desvirtuadas de cristianismo pueda brotar un auténtico dinamismo evangelizador.
Y es que a veces confundimos el transmitir a los demás el mensaje recibido con el imponerles nuestras propias convicciones; y esto no es apostolado, sino soberbia.

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