jueves, 3 de noviembre de 2011

El Cristianismo es la mejor sociedad

Ya he comentado en entradas anteriores mi convencimiento de que la concepción social cristiana es la que nos lograría una sociedad mejor: más justa, más feliz e incluso más avanzada; pero con un avance "sostenible", como le gusta decir a los progres. No es un brindis al sol, sino la más pura realidad: la sociedad occidental actual quiso encontrar la felicidad en la elusión de los compromisos; y empezó por eludir la paternidad. Efectivamente, uno puede parecer más feliz libre de las ataduras de la prole -sobre todo si es numerosa-; pero esta felicidad no es sostenible. Occidente se está dando cuenta demasiado tarde de que la falta de paternidad -es decir, de relevo generacional- hace imposible mantener cualquiera de los demás logros sociales: sin población no hay sociedad ni progreso ni futuro.

Pero no quería volver sobre este tema que ya he tratado muchas otras veces. Lo que ahora quiero poner de manifiesto es que una cosa es que el Cristianismo sea la mejor sociedad posible y otra, muy distinta, que los cristianos tengamos como meta exclusiva la consecución de esta sociedad perfecta. De ninguna manera es así: los cristianos tenemos que transmitir el amor de Dios y muy especialmente el mensaje de su Hijo; en definitiva, tenemos que transmitir amor.

Si lo hacemos así, seguramente la consecuencia sea que alcancemos algo muy parecido a la sociedad perfecta; pero si nos empeñamos en conseguir directamente ésta, no sólo no lo conseguiremos, sino que además habremos defraudado nuestra vocación de cristianos, de hijos de Dios.

Es algo muy simple; pero cuesta verlo cuando estamos metidos en los afanes de cada día.

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