miércoles, 4 de diciembre de 2013

La misericordia y la exigencia (y3)

Visto lo expuesto en las dos entradas anteriores, ¿cómo compatibilizar esas dos actitudes tan diferentes?
Como ya indiqué, creo que la respuesta se encuentra en el corazón humano, que sólo Cristo conoce y que es lo que le permite tan dispares reacciones ante situaciones que a nosotros nos cuesta distinguir. La pista la tenemos cunado a los discípulos de Jesús se les recrimina comer sin haberse lavado antes. La respuesta de Jesús es clara: no mancha lo que entra en la boca, sino lo que sale del corazón” (Mt 15, 11-20). Lo que mancha el alma humana, lo que nos separa irremediablemente de Dios, es nuestra actitud. 
Por ejemplo, el pecador que va al Templo, reconoce su miseria y trata de reconciliarse con su Dios, vuelve justificado, perdonado, porque así sí se gana la misericordia de Dios, que está buscando la mínima excusa para concederla. Pero el fariseo cumplidor y recto, que se enfrenta a Dios desde su perfección y tiene la desfachatez de darle las gracias por esa perfección, éste no tiene nada de lo que arrepentirse y, por tanto, tampoco puede alcanzar la misericordia para sus pecados, como mínimo, el de soberbia.
Otra clave la podemos encontrar en la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-32): Dios esperando a que su hijo pecador se arrepienta sinceramente para organizarle un banquete de júbilo; banquete que al parecer nunca se mereció el hijo mayor que siempre cumplía, pero más por apariencia que por cariño. Dios lo que busca es el amor de nuestro corazón, aunque éste tenga que nacer del arrepentimiento de nuestras faltas; pero no aprecia el mero cumplimiento forzoso de "su reglamento".
No se trata de ser cristiano, de Misa diaria, teólogo o cumplidor: en la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37) se nos dice que aquéllos (sacerdotes y levitas) dieron un rodeo para no socorrer al herido; pero el samaritano (proscrito por los judíos) se acercó, le curó y le llevó a una posada en su propia cabalgadura.
Y si queremos más seguridad, no tenemos más que repasar cómo será el juicio final (Mt 25, 31-46), según relato del mismo Cristo, que será su Juez: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.
Porque la única manera de amar a Dios es amarle en los hermanos; y si le amamos, siempre encontraremos su misericordia.

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